jueves, 25 de abril de 2013

La ciudad que el diablo se llevó. David Toscana.




Estimado lector, venga, ¿cuándo fue la última vez que nos vimos? Vaya que tiene usted razón, ya me había olvidado de la publicación anterior. Si supiera. El azar me llevó a pasar una temporada en Varsovia, bella ciudad en ruinas. Antes de contarle quisiera preguntarle: ¿ya ha leído usted a David Toscana? Viera, tiene novelas muy impresionantes. ¿Conoce Santa María del Circo, Los puentes de Koninberg, El último lector? Uy, no sabe qué se está perdiendo. Pero bueno, ese no es el tema: el tema ahora es la Varsovia de la postguerra y Toscana.  ¿Qué si cómo es Varsovia? Pues no sabría mucho decirle… Por supuesto que no: se tomó muy literal lo de pasar unos meses en Varsovia. Qué ingenuo es. Debería de tener cuidado, no vaya a meterse en problemas. ¿No desea un vaso de vodka? ¿Está enojado? No se tome las cosas tan enserio, mire, mejor beba vodka y verá que así se sentirá más contento.
Sin embargo, quizá pueda responder un poco a su pregunta. Varsovia, al menos la Varsovia de la que Toscana habla en su libro, es una ciudad en ruinas: hay cientos de edificios destruidos, hay otro tanto de abandonados, hay escritores buscando novelas perdidas, hay barberos con patas de palo. Es una ciudad a la que el diablo se llevó. Y viera, más impresionante todavía resulta que entre los escombros de los bombardeos aparezcan cuatro personajes decaídos, dispuestos a disfrutar ese gulag. Sus nombres son Feliks, Ludwik, Kazimierz y Eugeniuz. El primero es dueño de una tienda de rapiña, dónde se venden objetos que le venden los soldados en su paso por la ciudad. Kazimierz es un desdichado que vive en un apartamento cuyos dueños sabe jamás regresaran, al lado de una mujer que espera a otro hombre. Eugeniuz es un monje que, harto del monasterio, se va con sus tres camaradas a acabarse el vino sagrado. Y Ludwik es un sepulturero, que jamás ha sido un deudo. Ahí los viera a los cuatro, caminando entre los escombros de edificios, jarra de vodka en mano, reconstruyendo bares, salones, historias mediante los juegos de la imaginación. Y todo con la única e invariable razón de disfrutar el alcohol. Viera, mi lector estimado, lo bella que se pone Varsovia a través de sus ojos, a través de sus juegos.
Aquí le dejo, por si le interesa, el blog de Toscana: http://toscanadas.blogspot.mx/
Debería visitar Varsovia. Sin lugar a dudas, quizá hasta se sienta más imaginativo. ¿Quiere más vodka? ¿Ve? Le dije: el alcohol lo cura todo. Un brindis, lector estimado, por la Varsovia destruida.

EL CUADERNO ROJO ES SÓLO LA MITAD DE LA HISTORIA.(Ciudad de Crista, Paul Auster)





De Ciudad de cristal se puede decir que es una novela detectivesca, que es una novela existencialista, incluso que es una novela del absurdo, pero en realidad no es ninguna de las tres: la principal característica de la primera novela de la Trilogía de Nueva York es que no es lo que aparenta: el lector es introducido en una serie de situaciones cada vez más estrafalarias: desde casos de niños salvajes, hasta libros ficticios (a manera de los relatos de Borges); teorías sobre el mundo, sobre el lenguaje. Incluso sobre el Quijote. En un fragmento, el narrador dice que el protagonista reflexionaba sobre la cuestión de por qué don Quijote no había querido simplemente escribir libros como los que tanto le gustaban, en vez de vivir sus aventuras. Y es que, aunque a simple vista no lo parezca, también el libro guarda un cierto paralelismo con la historia del Caballero de la Triste Figura: ambos tienen por protagonista una persona poseída por los historias.
En el caso de Quinn, el protagonista de Ciudad de cristal, son los libros de detectives.
     Escrito en tercera persona, desde la primera página el narrador advierte que no sabremos mucho de Daniel Quinn, nuestro protagonista, más allá de que su esposa y su hijo murieron en un accidente de avión tras del cuál Quinn se recluyó, dedicándose únicamente a escribir novelas detectivescas que pública con el pseudónimo de William Wilson. Sin embargo, este letargo es interrumpido cuando una noche recibe una llamada de un hombre que pregunta por Paul Auster, el detective; Quinn decide auxiliarlo y haciéndose pasar por Paul Auster, se encuentra con la historia de un hombre cuyo padre lo encerró durante años en el sótano de la casa, para lograr que su hijo pudiera regresar a hablar el lenguaje de la Torre de Babel. Un hombre que es apenas un esbozo de lo que debió haber sido. Soy Peter Stillman, dice, pero ese no es mi verdadero nombre. Para esto, Daniel Quinn, tiene que hacerse pasar por Paul Auster y empezar a diluir su identidad en ese detective que no conoce. Volverse un personaje como aquellos de los que tanto ha escrito y leído: porque lo que se le ha solicitado seguir a Peter Stillman padre, que acaba de ser liberado de un sanatorio mental, y que tiempo atrás juró asesinar a su hijo.
En medio de este torbellino de identidades falsas, Nueva York se convierte en una ciudad de cristal que ante la menor tempestad puede colapsarse. Por sus calles se escucha una anotación que Quinn realiza en un cuaderno rojo: Lo único que puedo decir es esto: Escúchame. Mi nombre es Paul Auster. Ése no es mi verdadero nombre.