viernes, 13 de septiembre de 2013

Sobre Héroes y Tumbas. Ernesto Sábato.




De los escritores del boom latinoamericano, los más olvidados son Ernesto Sábato y José Donoso; al mismo tiempo, los de los temás más siniestros y complejos. La vida misma de Ernesto Sábato, recien fallecido el año pasado a los noventa y nueve años, deja perplejo a cualquiera: estudió fisico-matematico en la universidad de la Roja, Argentina, trabajó en el laboratorio Madame Curie en París, y dejó el mundo de ciencia y de luz para arrojarse al mundo de sombras de la literatura. Entre la publicación de cada una de sus novelas hay quince años de diferencia. A mediados de los ochentas, fue juez en el esclarecimiento de los desaparecidos en los sesentas, por la dictadura militar. Su primera novela, un delgado libro títulado El Túnel, es su trabajo más conocido, aunque aparte tiene otros dos libros: Sobre héroes y tumbas y Abaddón, el exterminador: tres historias conectadas por personajes, ciegos y un Buenos Aires menos relacionado con la pampa y los guachos, que con la moda, la revolución ideologica y la literatura.
Sobre héroes y tumbas, su segunda novela, es la más consagrada de este autor. El libro abre con la tragedia: una nota policiaca de media página nos precisa que una chica llamada Alejandra dió cuatro disparos a su padre, hechó gasolina e incendió la mansión decaida y abandonada que era la última morada de su familia, los Vidal Olmos. Durante la investigación, en el apartamento de su padre es descubierto un escrito títulado “Informe sobre ciegos”, el manuscrito de un paranoico cuyo contenido, sin embargo, arroja importante luz sobre las razones de Alejandra para incendiarse junto a la casa en que creció en lugar de destinarse uno de los disparos que restaban en el revolver.
Tras esta información se nos presenta a Martín, un joven que ha abandonado a su hogar y a sus padres, un pintor deprimente escondido en un taller en fondo de la casa y una mujer que constantemente le recuerda que Martin nació aunque intentó abortarlo, y recorre Buenos Aires sin rumbo fijo, arrastrado por el desasociego. Este vagabundeo culmina en su encuentro con Alejandra, meses antes de la tragedia, una joven misteriosa y problematica que, emulando a los cuentos de hadas, es al mismo tiempo el dragon cautor y la princesa cautiva.
Entre largos monologos y escenas absurdas y siniestras, Martín irá relacionandose con el mundo decadente y enloquecido de la familia Vidal Olmos, una vieja familia descendiente de militares que pelearon la guerra civil; mientras su vida personal es pisoteada por el temperamento caotico de Alejandra, y la enfermiza relación amorosa que inician.

domingo, 12 de mayo de 2013

Sobre el Método.





Esta mañana, al despertar, agradecí que el Método haya rescatado mi vida. Agradecí, hermanos míos, el milagro ejercido por la Tecnología para resucitarme, yo que era un insecto vil de carne imperfecta, ahora soy la prueba de que a pesar de que se camine por el valle de la sombra de la Ignorancia, no se debe temer, porque la correcta aplicación del Método infunde nuevo aliento, permite emerger del abismo.
Yo estaba en lo más profundo, ahogándome entre el barro. Las inyecciones arrebatan todo, incluso la esperanza, y al final el único deseo, la única necesidad que se siente, es la de otra dosis. Los días pasaban entre un andar enfermizo por calles hediondas y miserables, llenas de espejismos; dormía en bancas, visitaba a otros adictos, me amparaba del frio y la lluvia en casas abandonadas. En alguno de esos lugares, en mi cuerpo empezó a florecer la infección: primero el brazo que se obscurece, luego las convulsiones. Eso no iba a detener los atracos, las golpizas, las riñas, claro que no: ni la gangrena impediría que obtuviera mi dosis. No pensaba que las fiebres me paralizarían, que los árboles empezarían a gritar, que las nubes se derretirían…Bañado en sudor frío, le pedía perdón a mi madre quien, entre golpe y golpe de mi padre, me había soñado un futuro de oportunidades.
Pero es que mi madre jamás conoció el Método.
Al despertar esta mañana bendije mi vida presente, distinta de aquella en que moribundo sobre una camilla de Cruz Roja, el cuerpo atascado de morfina, pedía otra dosis o la muerte al médico o enfermero que pasara. Muchos de ustedes han de conocer la sensación: mis brazos eran dos vigas al rojo vivo que intentaban arrastrarme al Abismo. En tal estado me encontraron los Investigadores de Itskov Inc.: estiré la mano, la mano gangrenada, y ellos sonriendo me prometieron la paz.
Así me dijeron, hermanos míos: cierra los ojos y confía, nosotros te prometemos la paz.
Desconocían, por supuesto, que para alcanzar la paz primero tendría que, aún más, sumergirme en el fango.
Gracias a Itskov Inc, lo primero que conocí tras la miseria fue la fama, y es que mis nuevos brazos no eran prótesis, sino cartílago y carne artificiales, como forjados por la misma naturaleza. Para el planeta no existía mi vida antes de las prótesis. Y entre entrevistas y congresos, entre fiestas, la fama me condujo a un hombre de traje abriendo una cigarrera plateada, para ofrecerme un nuevo tipo de droga: la Fermer. Cuántos de ustedes no le deben su condena a la Fermer. Su melatonina sobresaturada me provocaba tal éxtasis, arrebataba de mi mente el nido infeccioso, las inyecciones, la vida malgastada…Cada vez con más frecuencia ocupaba más Fermer, y se me ocurrió que usar recursos de Itskov, siendo una empresa que tiene tanto dinero, no iba a molestar a nadie. Pero pronto empezaron a olfatear el azufre impregnado en mi ropa y el dinero se detuvo.
Al contrario de muchos de ustedes que mataron a la novia, que robaron a sus malnacidos jefes, cuánto me arrepiento de haber golpeado la cabeza del contador de Itskov Inc., partirle el cráneo contra el suelo, antes de escapar con los bolsillos llenos de billetes ensangrentados. De nuevo a la vida de los asaltos, el frio nocturno, la búsqueda de Fermer; durante esas noches, no saben cuánto me torturaba esconderme de mis salvadores.
¿Cuándo imaginaría que entre tanto pánico los Investigadores de Itskov arribarían a mi calabozo? Nosotros, contrario a los inocentes, conocemos esa oscuridad especial del calabazo: las sombras emanan de tu cuerpo, la obscuridad que te rodea es tuya. ¿Cómo creen que me sentía tras la captura, rodeado por mi naturaleza destructiva, la misma que mordió la mano que me salvó?
En ellos no había resentimiento ni ira: hasta parecían despedir un halo de santidad, justo como mi madre. Me volvieron a hablar del Método, dijeron que mis errores estaban perdonados y que me ofrecían una nueva salvación. Me ofrecían el abandono de mi cuerpo, la suplantación de mis piernas por cartílago de termoplástico, mis pulmones por acetato de polivinilo, y nano procesadores de yottabytes por mis neuronas. Mi consciencia sería transferida a una carcasa robotica y ya no sufriría hambre, ni sed, ni lujuria: me convertiría en el dueño de mis necesidades. Aunque existía el problema de la Incertidumbre, las posibilidades ínfimas, las antítesis, el cómo la operación podía conllevar mi muerte, también podía ser el primero de una raza de superiores capaz de decidir sobre sus emociones, capaz de seleccionar su físico. El futuro sería sinónimo de Igualdad, Libertad: desaparecerían la bulimia, la anorexia, el racismo. Podríamos bajar el termostato de nuestra ira o de nuestra ansiedad, decidir nuestra apariencia física. ¡Dichoso quién no teme al Progreso, ya que de él será el reino de la Posteridad!
Pensando en tal milagro, recordé a mi madre y ese nido corrupto que era mi familia. Hermanos míos, yo crecí acostumbrado a sobrevivir entre humo de cigarrillos y vómitos de borrachera; aunque mi madre era la única cosa santa de la familia y soportó de mi padre sus golpes, sus insultos, sus quemaduras de cigarrillos, siempre tuvo la oportunidad de dejarlo. ¿Qué hubiera pasado si ella hubiera conocido el Método, si el Conocimiento la hubiera abrazado y le hubiera dado un propósito más que servir a la rata de alcantarilla que era mi padre?
Por eso al ser llevado hacia el quirófano portaba una sonrisa, la sonrisa de una boca consumida, deteriorada de mentiras. Mis nano procesadores se estimulan tanto al recordarlo…Yo sería traído de entre los muertos y si yo podía, ¿quién decía que tarde o temprano no podría infundirse vida a los muertos queridos?
Porque cuando camino por el valle de la sombra de la Ignorancia, no temo ante las posibilidades ínfimas y las hipótesis fallidas. Ni siquiera la Incertidumbre es un problema. No, porque la ciencia es mi método, nada me faltará.

El dinero no compra la felicidad del primer amor. (El Gran Gatsby, Francis Scott Fitzgerald)





A Francis Scott Fitzgerald de seguro lo han oído nombrar. Para los estadounidenses es un ícono: les remite a la época del Jazz, entre la primera y la segunda guerra mundial, tiempo de derroches, excesos, búsqueda de la gloria; uno de sus relatos, hace unos años, fue convertido en el largometraje El curioso caso de Benjamin Button. En una de sus últimas películas, Medianoche en Paris, Woody Allen lo retrata en la época a la que Hemingway llama Paris era una fiesta, como el hombre dominado por Zelda, su enloquecida pareja; antes de que a Zelda la internaran en un psiquiátrico dónde murió, y Scott gastara su fortuna intentando salvarla. Scott moriría en la pobreza, años más tarde, lejos del Hollywood dónde se volvió famoso y que tanto le debía.
En su más reconocida novela su protagonista es joven reservado cuyo futuro ha sido planeado por su familia para participar en la venta de bonos, Nick Carraway, quien recién ha llegado a New York. Siempre que sientas deseos de criticar a alguien, le dice snobisticamente su padre, recuerda que no a todo el mundo se le han dado tantas facilidades como a ti. Una prima y su esposo, Deisy y Tom Buchanan, le dan la bienvenida a la vida citadina; una joven pareja rica que se ha paseado por las ciudades más importantes de europa, y cuyo matrimonio está cayéndose a pedazos desde que Tom Buchanan tiene una amante.
Mientras que los Buchanan viven en la riqueza (Tom se enorgullece de haber transformado sus garajes en caballerizas, cuando todos suelen hacer lo contrario y Daisy ruega porque su hija sea lo mejor que una mujer puede ser, es decir una estúpida), Nick va y viene de su casa en Long Island a la metrópolis; una pequeña casa casi invisible entre las  mansiones que la rodean. En una de esas mansiones vive un elusivo personaje llamado Gatsby, a dónde todos los fines de semana los invitados llegan en manadas de la ciudad para consumir su alcohol, comer sus aperitivos, disfrutar su música, conocer gente famosa y, aunque no menos importante, inventar rumores sobre la fuente de riqueza y el pasado de su anfitrión.
Hay quién dice que Gatsby mató a un hombre, que peleó al lado de los alemanes, que estudio en Oxford, que trafica alcohol…
Entre fiestas, champaña y cigarrillos, Nick Carraway se ve envuelto en la telaraña de planes que Gatsby ha ido tramando durante años, para recuperar a la mujer que en su juventud amó, pero a la que no podía unirse por no tener un solo centavo.

jueves, 25 de abril de 2013

La ciudad que el diablo se llevó. David Toscana.




Estimado lector, venga, ¿cuándo fue la última vez que nos vimos? Vaya que tiene usted razón, ya me había olvidado de la publicación anterior. Si supiera. El azar me llevó a pasar una temporada en Varsovia, bella ciudad en ruinas. Antes de contarle quisiera preguntarle: ¿ya ha leído usted a David Toscana? Viera, tiene novelas muy impresionantes. ¿Conoce Santa María del Circo, Los puentes de Koninberg, El último lector? Uy, no sabe qué se está perdiendo. Pero bueno, ese no es el tema: el tema ahora es la Varsovia de la postguerra y Toscana.  ¿Qué si cómo es Varsovia? Pues no sabría mucho decirle… Por supuesto que no: se tomó muy literal lo de pasar unos meses en Varsovia. Qué ingenuo es. Debería de tener cuidado, no vaya a meterse en problemas. ¿No desea un vaso de vodka? ¿Está enojado? No se tome las cosas tan enserio, mire, mejor beba vodka y verá que así se sentirá más contento.
Sin embargo, quizá pueda responder un poco a su pregunta. Varsovia, al menos la Varsovia de la que Toscana habla en su libro, es una ciudad en ruinas: hay cientos de edificios destruidos, hay otro tanto de abandonados, hay escritores buscando novelas perdidas, hay barberos con patas de palo. Es una ciudad a la que el diablo se llevó. Y viera, más impresionante todavía resulta que entre los escombros de los bombardeos aparezcan cuatro personajes decaídos, dispuestos a disfrutar ese gulag. Sus nombres son Feliks, Ludwik, Kazimierz y Eugeniuz. El primero es dueño de una tienda de rapiña, dónde se venden objetos que le venden los soldados en su paso por la ciudad. Kazimierz es un desdichado que vive en un apartamento cuyos dueños sabe jamás regresaran, al lado de una mujer que espera a otro hombre. Eugeniuz es un monje que, harto del monasterio, se va con sus tres camaradas a acabarse el vino sagrado. Y Ludwik es un sepulturero, que jamás ha sido un deudo. Ahí los viera a los cuatro, caminando entre los escombros de edificios, jarra de vodka en mano, reconstruyendo bares, salones, historias mediante los juegos de la imaginación. Y todo con la única e invariable razón de disfrutar el alcohol. Viera, mi lector estimado, lo bella que se pone Varsovia a través de sus ojos, a través de sus juegos.
Aquí le dejo, por si le interesa, el blog de Toscana: http://toscanadas.blogspot.mx/
Debería visitar Varsovia. Sin lugar a dudas, quizá hasta se sienta más imaginativo. ¿Quiere más vodka? ¿Ve? Le dije: el alcohol lo cura todo. Un brindis, lector estimado, por la Varsovia destruida.

EL CUADERNO ROJO ES SÓLO LA MITAD DE LA HISTORIA.(Ciudad de Crista, Paul Auster)





De Ciudad de cristal se puede decir que es una novela detectivesca, que es una novela existencialista, incluso que es una novela del absurdo, pero en realidad no es ninguna de las tres: la principal característica de la primera novela de la Trilogía de Nueva York es que no es lo que aparenta: el lector es introducido en una serie de situaciones cada vez más estrafalarias: desde casos de niños salvajes, hasta libros ficticios (a manera de los relatos de Borges); teorías sobre el mundo, sobre el lenguaje. Incluso sobre el Quijote. En un fragmento, el narrador dice que el protagonista reflexionaba sobre la cuestión de por qué don Quijote no había querido simplemente escribir libros como los que tanto le gustaban, en vez de vivir sus aventuras. Y es que, aunque a simple vista no lo parezca, también el libro guarda un cierto paralelismo con la historia del Caballero de la Triste Figura: ambos tienen por protagonista una persona poseída por los historias.
En el caso de Quinn, el protagonista de Ciudad de cristal, son los libros de detectives.
     Escrito en tercera persona, desde la primera página el narrador advierte que no sabremos mucho de Daniel Quinn, nuestro protagonista, más allá de que su esposa y su hijo murieron en un accidente de avión tras del cuál Quinn se recluyó, dedicándose únicamente a escribir novelas detectivescas que pública con el pseudónimo de William Wilson. Sin embargo, este letargo es interrumpido cuando una noche recibe una llamada de un hombre que pregunta por Paul Auster, el detective; Quinn decide auxiliarlo y haciéndose pasar por Paul Auster, se encuentra con la historia de un hombre cuyo padre lo encerró durante años en el sótano de la casa, para lograr que su hijo pudiera regresar a hablar el lenguaje de la Torre de Babel. Un hombre que es apenas un esbozo de lo que debió haber sido. Soy Peter Stillman, dice, pero ese no es mi verdadero nombre. Para esto, Daniel Quinn, tiene que hacerse pasar por Paul Auster y empezar a diluir su identidad en ese detective que no conoce. Volverse un personaje como aquellos de los que tanto ha escrito y leído: porque lo que se le ha solicitado seguir a Peter Stillman padre, que acaba de ser liberado de un sanatorio mental, y que tiempo atrás juró asesinar a su hijo.
En medio de este torbellino de identidades falsas, Nueva York se convierte en una ciudad de cristal que ante la menor tempestad puede colapsarse. Por sus calles se escucha una anotación que Quinn realiza en un cuaderno rojo: Lo único que puedo decir es esto: Escúchame. Mi nombre es Paul Auster. Ése no es mi verdadero nombre.