miércoles, 16 de noviembre de 2011

Carta a una vieja cómplice.

Se te hizo tan extraño que de pronto empezara a hacer tantas confidencias, siendo que siempre las evitaba: no conocías más allá de los padres en aprietos económicos, destinando el poco dinero para pagar su carrera de medicina a su hijo; al abandonar el restaurante aquella noche, más extraño aún se te hizo el hecho de que te pidiera, como favor, no ir directo a la Residencia, sino a otra parte de la ciudad, Será rápido, no te preocupes, jamás intentaste disimular que te gustaba y por eso tomar esa desviación no era molestia: cuándo ibas a imaginar lo de las tuberías de cobre y, muchísimo menos, cuándo ibas a imaginarte siendo una fugitiva de esa ley tan intangible a la que habías aprendido a temer toda tu vida. Una casa bien cuidada que te recordaba a la tuya: esperabas una puerta abierta, un apretón de manos, quizá que se te presentara, en su lugar observaste por el retrovisor la llave inglesa, el acercarme al medidor de agua del ayuntamiento, cuan fácil cedió ante unos movimientos de muñeca, el extraer la tubería de cobre, el agua saliendo a presión, el regresar a saltos hasta el coche, Arranca ya. El promedio más alto de su clase, el que siempre obedece a sus padres, el que ayuda a todos, ¿cómo pueden un vil ladrón de tuberías y ese estudiante modelo, ser la misma persona? Además no bastando con que la situación fuera demasiado absurda, la sentías irreal; estoy seguro de que aceleraste creyendo que así te ibas a alejar de la fantasía, que en aquellas diez calles yo ya no traería la tubería en las manos y regresaría a ser el mismo alumno destacado que me creíste antes, ¿Por qué hiciste eso?, Cálmate, te grité, ¿cómo hacerte entender, si estabas en negación, que el dinero de mis padres no era suficiente, que un día mis compañeros de la Residencia me invitaron, que yo también sentí el ácido subiendo por la garganta, que también mi mundo cayó hecho guijarros al entender que quebrar la ley es igual de sencillo que respirar? Si no te podía explicar eso, ¿cómo atreverme a revelarte que mi usual cómplice había sido encarcelado la noche anterior, que por eso ocupaba ayuda extra y que sólo confiaba en ti? No había manera, en cuanto te estacionaste, nos volvimos dos directores interpretando todas las sinfonías de la desesperación y la incomprensión, hasta te recostaste en el asiento para procesar lo que acababa de ocurrir, hiciste unas cuantas preguntas y, aunque no terminabas de comprenderme, estaba seguro, hiciste como que sí: como si realmente me entendieras.

Yo sé que no lo hacías, hasta que no tuviste la llave inglesa en tus propias manos, tu mente no comprendió el afán de robar tuberías de cobre y venderlas, en lugar de buscar un trabajo aburrido y desgastante en un supermercado, un restaurante o un cine; sin embargo tenía el presentimiento de que disfrutarías entenderlo, así que intentando convencerte de volver a acompañarme descubrí que mi ingenio podía ir más allá de lo que sospechaba: no sé si recuerdas la cantidad inmensa de chantajes, sobornos y adulaciones con las que te bombardeé esos días, sin embargo lo que sigue sorprendiendo más es lo de la boutique, cuándo agarré la blusa que te habías probado pero no traías dinero para comprar (irías a pedirle a tus padres, creo), la metí en tu bolsa con un solo movimiento, quisiste decir algo y te cambie de tema, salimos de la tienda, te empecé a platicar de la escuela creo y tú no respondías nada, te fuiste callada hasta el estacionamiento. Ya en el coche sacaste la blusa, la admiraste, la frotaste con los dedos, me miraste, Fue demasiado sencillo, tus ojos estaban ahogados por la perplejidad de que aquello que tanto difamabas y denunciarás pudiera ser efectuado con tanta felicidad, que esas clases de ética de la preparatoria fueran tan fantasiosas, que ya no te provocaran miedo tus tías hablando de malhechores juveniles que acababan en la cárcel, de la vergüenza que habrían de sentir sus familias…No te terminabas de hacer una idea de aquella realidad insospechada que se abría frente a ti en forma de blusa, pero yo sí y levante los hombros intentando darte a entender que no había nada que pudiera explicarte, que así era simplemente, que era algo real, que no bajaría una gran mano del cielo para llevarte al castigo eterno o no aparecerían policías detrás de los otros coches del estacionamiento para detenernos, Me equivoco, reflexioné: es probable que ocurra si nos quedamos más tiempo aquí, me miraste y unos minutos después ya estábamos perdiéndonos entre los coches, en las congestionadas calles de la ciudad.

Se volvió una rutina esperarte en la entrada de la Residencia cuando empezaba a oscurecer. Era maravilloso recorrer las calles impregnadas por la luz de las farolas a tu lado: era como un segundo hogar, como si estuviéramos internados en un mundo en el que no pudieran dañarnos. Llegabas, me introducía en nuestro pequeño mundo y me olvidaba de las preocupaciones que pudieran darme mis padres, mis compañeros, mis tareas, las noticias: desde hacía tiempo estaba seguro de que si no tenía el valor de continuar los robos, se derrumbaría esa vida que empezaba apenas a armar con la dificultad de un ave construyendo un nido, en medio de una tempestad. Detenías el coche rápidamente cuándo descubríamos una calle oscura sin peatones, descendía como una sombra de pesadilla hacía las tuberías o cualquier cosa que descubriéramos que pudiera venderse, ajustaba la llave inglesa o las pinzas, extraía la pieza y nos perdíamos en la noche: era una operación sencilla; con el tiempo se volvió demasiado sencilla.

Me acuerdo que, sentados en los juegos oxidados de algún parque, me comentaste que con la miseria que me daban en el depósito por el cobre y con las libros que iba necesitando con más urgencia en la escuela, a este paso compraría el material del primer año en el último, Hay que hacer algo más fuerte propusiste, Cómo qué, pregunté, Asaltar un supermercado, por ejemplo. Me vinieron a la mente imágenes de forajidos asaltando un tren: los tambores anunciando su llegada a la maquinaria, los rifles, las caras preocupadas, las joyas metidas en su saco; hablamos sobre paliacates que nos cubrirían la mitad del rostro, comentaste que yo podía gritar, mientras tú apuntabas con algún arma. Un arma, comenté desilusionado, nos falta un arma y comentaste que agarrarías alguna de la colección de tu padre. Asaltaríamos uno, dos o tres supermercados en una noche. Iríamos a pie, para que no vean el carro…E incluso si veían el carro, era mucho mejor. Encontraríamos el modo de escapar de la policía: nadie nos podía detener. Queríamos ser perseguidos como forajidos, jamás ser descubiertos y hacer el amor en la oscuridad.

Lo irónico de que pensáramos que nada podía detenernos es que jamás nos pudieron detener. Aquella noche era perfecta: las tuercas cedían al menor esfuerzo, encontramos una casa con tuberías de electricidad y unos adornos de metal en el patio delantero que parecían haber sido puestos para ser robados; aquella vez me ayudaste y recuerdo cómo me sorprendí al ver que entendías la mecánica muy bien: fuera tuercas, fuera pernos y el objeto pasaba a ser de nuestra propiedad, nadie salía de sus casas, hacíamos con tal silencio nuestro trabajo que era cómo si nosotros no perteneciéramos a ese nivel de la realidad, de pronto sentí un cambio de colores en el ambiente, azul y rojo, observé una patrulla, a través del parabrisas vi a los dos agentes mirándonos desde lo lejos y sentí que me dominó el vértigo, te grité y corrimos al automóvil, esta vez yo me subí a conducir, la patrulla como que se quiso detener y al ver nuestra prisa se lanzó detrás de nosotros: ya saben qué estábamos haciendo, pensaba y aceleré. Creo que ahí estuvo el error: si no hubiéramos hecho eso, si hubiéramos fingido, quizá habríamos continuado con los robos, pero estaba seguro de que lo que ambos pensamos en ese momento era ser detenidos, las celdas de la municipal, confesar nuestros delitos, solicitar un abogado, así que pisé el acelerador a fondo y empezamos a danzar por las calles de la ciudad. Ahora me aterra recordar que torcía el volante sin advertencia, que el coche patinaba en las dos llantas delanteras. Tus gritos de amazona. Recuerdo haber dado una vuelta y haber visto un coche viniendo frente a mí en sentido contrario, recuerdo haber torcido el volante, cerrar los ojos, y el subsecuente crujido del acero. No pude pensar en otra cosa más que en la muerte hasta que me di cuenta de que seguíamos vivos, así que frené y el automóvil se deslizo, dando una vuelta en las llantas delanteras, dejándonos así en primera fila de la catástrofe: el coche de policía había sido enviado al otro lado de la calle, estampándose con un muro, y frente a nosotros estaba una camioneta con todo el frente despedazado. Nos agarramos de la mano y, tras admirar el apocalipsis unos momentos, descendimos. Los dos agentes estaban prensados entre las vísceras de hierro el coche, el parabrisas abollado, sangre en la frente; en la camioneta, el conductor con la cabeza recargada en el volante, una muchacha retorciéndose débilmente en el asiento del copiloto, Hay que ayudarla, abriste la puerta a cómo pudiste y entre los dos la alejamos de la camioneta, recostándola en la acera, sacaste tu celular para marcar a una ambulancia y la muchacha levantó una mano, Llámale a mi amor, te decía, llámale, él sabrá qué hacer, y nos quedamos viéndole aterrados, él es perfecto, él tiene la solución a todos los problemas, por eso lo amo, nos confesó, su cuerpo se irguió un poco, respiró profundo y su rostro se aflojó, recargando la mejilla en la acera.

Aún cuando llegamos a la Residencia no podías dejar de llorar e incluso al, finalmente, dejar de hacerlo, te quedaste en silencio, cómo si lo hicieras por respeto a la muchacha; ambos estábamos sentados en el pórtico sin mirarnos, hasta que caminaste al automóvil y tiraste con desprecio los metales al piso, sacaste unos billetes y los arrojaste junto a ellos, Agárralos, así es más fácil, no seas orgulloso, Tranquila, te susurré intentando agarrarte por la cintura, aunque yo mismo no lo estaba, el dinero ya no es el problema, tú lo sabes, volviste a llorar, Agarra el dinero, olvídate de la noche y disparar a las estrellas: esos agentes están muertos, esa pareja está muerta, me miraste intentando encontrar palabras para convencerte, me insultaste por mi silencio, me llamaste cobarde por no poder llevar una vida normal, que no supusiera riesgos para las otras personas. Me sentí traicionado al ver que lo que antes te emocionaba, ahora era objeto de reproche, por eso cuando te subiste al coche y te quedaste llorando, me subí a mi habitación, sin decir nada.

Por supuesto que cuándo me empezaste a evitar tuve que evitar andarme con patetismos: ni tu ni yo los queríamos, lo sé, después de nuestra época lo ocurrido es lo único de lo que puedo estar seguro. A veces me entraba la añoranza al caminar en soledad con las tuberías en las manos, escondiéndome en los callejones, en los matorrales, detrás de los contenedores de basura. A veces, al pasar cerca de algún supermercado me detengo, pensando que si tuviera un arma entraría…sin embargo no es lo mismo sin un cómplice, aunque representa más riesgo y brinda más adrenalina hacerlo sólo, añoro el automóvil esperándome, la seguridad de que estaré lejos en menos de unos segundos… ¿Qué tiene de malo que sucedan cosas malas, me pregunto a veces? No todo debe ser lindo en este mundo, no todos deben vivir una vida larga, no todos deben tener la conciencia limpia ni seguir las reglas de la sociedad.

O dime, ¿acaso tú no extrañas aquella complicidad?

domingo, 6 de noviembre de 2011

Madame Trois Points c'est moi. (fragmento)

No es extraño que una cantante como Madame Trois Points vaya a consumirse a Ibiza: hay algo, como ansia por libertinaje, que orilla a muchos famosos a visitar esa capital del desenfreno; tampoco es extraño que los paparazis la sigan, seguros de que más temprano que tarde lograran conocer la identidad del intrigante y desconocido Giovanni, si se mantienen atentos a los movimientos de Trois Points, esperando en la barra o mezclándose entre la multitud de cada pista de baile, en cada club nocturno. Lo que si era interesante, dijo Tamara, era que de pronto los personajes secundarios decidieran mantenerse alejados de la prensa, que apenas uno se animara a dar la entrevista; luego empezó a leer en voz alta el artículo que se publicaría al día siguiente en Horizon: The night with Madame Trois Points. Igual que la mayoría de los artículos de tabloides, era demasiado predecible, abría con los rumores que de tanto mencionarles, ya estaban desgastados: Madame Trois Points tenía un amante del que nadie conocía más que el nombre, Giovanni, que describía como el amante perfecto; algunos sospechaban que Giovanni era un alias, otros que era verídico, algunos pensaban que debía ser ajeno al mundo de la farándula, otros creían que era algún famoso demasiado celoso de su privacidad o algún magnate que de ser descubierto observaría derrumbarse su futura carrera política. Tamara continuó leyendo ahogando la risa, el articulo parecía escrito por un investigador paranormal que decidió cambiar de oficio: a lo largo de la página varias fotografías de Madame Trois Points, ya fuera en Manhathan o más tarde en Ibiza, saliendo siempre de algún club nocturno, besándose con un hombre o subiendo a un taxi, lo único distinto eran los vestidos exenticos: antifaz reglamentario, leotardos, gabardinas, trajes de apariencia futurista, carnavalesca, de materiales inimaginables (cedes, condones, cerillos), entre demás extravagancias que le hacen jamás pasar desapercibida. Sin embargo, ninguna de esas fotografías era lo que Tamara encontraba interesante, sino la entrevista con Martin Smith, un joven que tuvo la supuesta dicha de pasar una noche con ella, quién revela en exclusiva a Horizon lo ocurrido: la conoció en un club nocturno, esa vez llevaba un antifaz blanco y un vestido hecho de naipes, se le acercó, empezó a bailar con ella y Trois Points le pasó los brazos por el cuello, sus movimientos de “felina mimada pero peligrosa”(según descripción de Smith) lo indujeron a besarla, hasta que Trois Points, idiotizada, le digo: ¿sabes qué?, es hora de divertirnos realmente. El asiento trasero de un taxi, los faroles yendo y viniendo, la suite de Madame Trois Points, dos cuerpos desnudos revolcándose en el sofá, dos cuerpos observando la madrugada desde el balcón. Estoy seguro de que es ninfómana, declara Smith al tabloide. Aunque el entrevistado nada menciona sobre Giovanni. ¿Qué ocurre con Madame Trois Points?, ¿qué es ese misterio que la rodea?, pregunta el reportero con saña, como si detrás del antifaz se escondiera algún peligro que quisiera revelar al mundo.(...) a Madame Trois Points tampoco le importan las noticias paranoicas de los tabloides o los paparazis estúpidos que esperan descubrir, en cualquier momento, la identidad de Giovanni: sin terminar de entender (o quizá no desean hacerlo) que no se puede descubrir la identidad de alguien que no existe.

jueves, 20 de octubre de 2011

Con la vista eclipsada.


Es difícil profanar un sepulcro, como no tienen idea.

Hay un vértigo que te orilla a planear meticulosamente el día y la hora en qué irás: la elección, indiscutiblemente recae en la noche, en la noche protectora. Te llevas herramientas, todavía emborrachado por la idea de que será sencillo. Saltar bardas o romper cercos no es lo problemático, tampoco buscar la tumba entre la oscuridad, sino el tipo de sepulcro: para mi suerte, esta eran solas sobrepuestas, así que con una pala para remover el medio metro de tierra, y con un cincel para quitar el cemento que sellaba la losa, terminaría el trabajo. Sin embargo, un monumento de yeso supongo que sería más difícil de abrir. Y más porque, mientras estás ahí deshaciendo el trabajo que unos días antes viste a unos albañiles realizar, pasan todo tipo de pensamientos por tu cabeza: temes que la persona en estado de putrefacción de pronto despierte, o que no haya nada en el agujero, temes, aun siendo escéptico, desentrañar alguna catástrofe. Más no te detienes. Si te fueras a detener, jamás hubieras entrado al cementerio de madrugada. Si te fueras a detener, estoy más que seguro, lo habrías hace mucho. Una vez que ya abres el sepulcro, ya no hay marcha atrás.

***

Los primeros días son los más difíciles, estoy seguro. Más que seguro, me atrevería a decir. Hay un espacio vacío en tu vida. Suena trillado, pero así es. Falta algo. Y entre más cercano sea la persona cuyos restos están encerrados en el sepulcro, más grande es ese vacío. El mundo ya no es el mismo, quieras o no, y el mundo no se detiene a permitirte digerir la mierda que te ha obligado a comer. Él mundo sigue girando, los pájaros siguen cantando, los carros siguen atascándose en embotellamientos todas las madrugadas, los periódicos siguen siendo repartidos, aquel anuncio que viste con la persona antes de su muerte, ha sido removido. El mundo está dispuesto a seguir avanzando, más tu no. Y eso es algo…inaceptable, el dolor, la confusión es tal que hasta los músculos más pequeños que rodean a tu corazón lo resiente. El mundo ya no es el mismo, te dicen, y jamás volverá a serlo. Entiéndelo.

Y no lo vas a entender: lo mismo que con profanar tumbas: si fueras a entenderlo, lo habrías entendido hace mucho.

***

El simple aleteo de una mariposa lo puede modificar todo: si la mariposa aletea once veces, en lugar de doce, el mundo cambia. Si se posa en algo o no lo hace, surge una nueva posibilidad. Los diagramas conceptuales de posibilidades que se extienden son infinitos y, más que nada, crueles: porque son introspectivos. Jamás te detienes a pensar en ellos, hasta que ya conoces de memoria uno. Un gran conjunto de coincidencias que, de quitar solo una, incluso la más trivial, hubiera decidido si aquella persona vivía o no. Olvidar hacer una llamada, no haber convencido a alguien de irse o quedarse, que maneje zutanito o menganito…Todo afecta, todo decide. Una sola cosa cambiada y ya no tendrías razón para encontrarte rodeado de la oscuridad, con el sudor cayéndote en los ojos que, ya de por sí, apenas ven, mientras retiras las losas.

***

Y ahí está, de nuevo cerca de ti. Solo ocupas hacer espacio suficiente para abrir el ataúd o romperlo. ¿A quién se le habrá ocurrido enterrar a los muertos en ataúdes?, te preguntarás, porque consideras a esa persona un genio: abre la posibilidad de el cuerpo sea exhumado si se necesita, de que algún familiar o amigo irrumpa a media noche, abra la caja de madera, descubra el cuerpo hinchado, se quede estático, sienta el sudor cayéndole por los ojos, respire profundo y se lance a llorar, abrazando esa masa podredumbre que hace mucho dejó de ser su persona querida.

miércoles, 21 de septiembre de 2011

Es sólo una luna de papel.


"(Rose) called and said, 'We need a song here for guy who's a Coney Island barker. A very cynical guy who falls in love and finds that the world is not all Coney Island-- not papier mache and lights and that sort of gaudy stuff. But it's got to be a love song.' Well, I tried to think of a cynical love story, something that this kind of a guy would sing. But I could never really be cynical. I could see life in all its totality, its reality."

-Max Wilk.

Mira los carros que transitan la avenida, conducidos por seres a los que, a su vez, los conduce la inercia. ¿Crees que esas personas deseen detenerse y abandonar el carro y abandonar su vida y abandonar la ciudad e, incluso, abandonar el mundo? ¿Tú qué opinas? Míralos: ojos desgastados, ojeras grasosas, maquillajes que no me ocultan nada y de seguro tampoco a ti. ¡Los edificios a nuestro alrededor! ¡Obras arquitectónicas del ingenio humano, para albergar a estas personitas iguales a las que quisieran bajarse del carro en este momento, mientras el semáforo esta en rojo! Stop. Detente. Arretez-vous. Todos los que estamos aquí, tumbados en las escaleras de esta catedral vivimos pensamientos similares: te lo puedo apostar. ¿No quieres? Bien lo sabes: sabes lo que se esconde en nuestras cabezas y en las cabezas de estos humanitos que juegan a ser anarquistas, metalheads, hardcores, bohemios, artistas itinerantes: todos se tornan así porque la vida que les rodea (la ciudad, los carros, los edificios), no les complacen. ¿Te lo imaginas? El colmo del ingenio humano, del Progreso, y estos humanitos se encuentran en contra de eso. ¿Qué desean? Mira, mira, veamos un simple caso. Concentrémonos en uno solo. ¿Ves al de pelo verde, por ahí? Sí, el delgado. Ese muchacho ha pasado por muchas cosas: para él la realidad es un martillo que le golpea de vez en cuando, por más que intente escapar. Un segundo siente que las cosas están bien, y otro no. Un segundo piensa, busca encontrar razones, busca la lógica pero se topa con la pared del Caos. Intenta explicarles a las personas que quiere cuán absurdo es tanto sufrimiento innecesario en este mundo. Entonces, llega un momento en que decide: este mundo es basura, nada de lo que me ofrece sirve: estas personas no llegan a ningún lado, y decide sacar el único revolver que todos tenemos contra la realidad: el sarcasmo. Se vuelve un sofista, se vuelve un anarquista. Se envuelve y aletea en el Caos que le rodea. Aún sigue sin estar contento. Por más que decide no amargarse y envolverse en las reglas desconocidas que rigen al mundo, lo único que logra es chocar más con este. Y conoce a una chica. Una chica envuelta en el caos de la realidad: para ella, si el Apocalipsis fuera mañana, la alegría colmaría su corazón. ¡Perfecto!, dice esta chica, ¡al fin puedo descansar! Osease: ambos son seres que no creen que el mundo sea un inmenso jardín de rosas. Ambos son igualitos. ¿O dime: tú crees que sólo los opuestos se atraen? Debe convencerla, decirle que el mundo no estaría tan jodido si estuvieran juntos. Un día salen, caminan por estas calles inmundas, observan el cielo, observan arboles, observan parejas caminando en sentido contrario; oscurece y el muchacho este ya no sabe qué decirle, con qué palabras conmoverla, esta a punto de darse por vencido cuándo viene un recuerdo a su cabeza: es sólo una luna de papel, dice pasándole un brazo por la espalda, navegando sobre un océano de cartón, pero todo sería real si creyeses en mí. Y repitió el verso una y otra vez: una traducción pésima de una vieja canción de jazz. Pero todo sería real si creyeses en mí; pero todo sería real si creyeses en mí; pero todo sería real si creyeses en mí. ¿Lo imaginas? Son las palabras de un cínico, las palabras de alguien que de pronto se le ocurre disparar contra la vida, contra la humanidad, contra la historia e, incluso, contra la realidad, pues ya nada tiene sentido. ¿Lo imaginas? Y la chica lo sabe y se ríe: sí, si quiero creer en ti. ¿Pero quién es él, se pregunta? ¿Qué es?

Nadie.

Y los dos aletean sobre la luna de papel y las calles pintadas con acuarelas, y los arboles de brócoli seco, los edificios de cartón y cinta, el rio de papel mache. Nada de eso existe, pero no les importa.

¿Y qué esperaban de las personas?

Nada.

Más ambos sabemos que la luna de papel, meciéndose sobre un mar de cartón, no es de ese hipster de pelo verde. Es nuestra luna. La luna que aparece todos los días sobre la ventana, que en cualquier momento podríamos arrancar del fondo.

¿Y qué simboliza esa luna?

Que crees en mí.

Aunque no sé porque deberías hacerlo si, quizá, no soy más que un chico de papel.

domingo, 28 de agosto de 2011

Escapar es el horizonte.

Los señalamientos me susurran cuantos kilómetros me han separado de él.
Que muera ahogado en su propio vomito, que sucumba en el suelo víctima de un infarto, que lo asesinen en el descontrol de un asalto; no espero menos de eso para la conclusión de su vida: sería la justicia perfecta. Aunque no debería esperanzarme en la justicia, así cómo él no debería haber irrumpido a media noche en mi habitación, los peluches rodeándome, los relojes apáticos mirándome con sus números fluorescentes sin detener el tiempo: deténganse, quería gritarles, deténganse, pero sólo podía inundar mi cara de lágrimas que se mezclaban con la baba de su boca.
Ojalá le caiga le caiga un edificio encima. Ojalá sienta el cemento partirle el cráneo, ojalá quede sepultado entre los escombros…Ahora pienso que no debí haber estado sola en la casa, no debí haber querido ser coqueta incluso en la soledad, no debí haber usado esos vestidos…Los números fluorescentes del reloj mirándome, está amaneciendo, esperando que despierte, el sol asoma un ojo tras las colinas, los peluches guardines inservibles a mi alrededor; una cama que tiene su olor alcohólico, una habitación que ya me recuerda a él, una plática llena de indirectas en el desayunador…
Y ahora solo queda el horizonte que se traga la carretera, ahora mi única pertenencia es este coche que me libera; ahora no hay regreso ni Cassandra en mi interior: sólo quedan restos de una chica fragmentada por el hombre que la concibió, intentando olvidar los números fluorescentes, buscando el horizonte.

jueves, 14 de julio de 2011

Examen

Los minutos se consumen mientras escribo estas palabras: minutos que serían útiles para estudiar para mi examen, en esa materia en la que ya doy patadas de ahogado. Y digo patadas de ahogado porque me encuentro condenado a la mala calificación, pero hay algo ahí, llamémosle esperanza, que me impulsa a dar una patada o un braceo: esperanza inútil (¿cuáles esperanzas no lo son, la mayor parte del tiempo?). He intentando todo: racionalizar los conceptos, deducir los espacios en blanco de los espacios conocidos y no he logrado más que ver con más bruma toda esa información irracional que debería comprender. Es una materia medular: es decir, el contenido de la materia se alimenta de la mayoría, sino es que todas, las otras materias que he llevado en la carrera. Si tenemos en cuenta que la mayor parte de la carrera (salvo un caso único), me la he pasado indagando en otros derroteros (mi mismo, el mundo a mi al redor, las personas cercanas a mi, la realidad en sí), podremos, quizá, entender el meollo del asunto. Estoy con el agua hasta el cuello y espero aún que se de un cambio. ¿Gritos de auxilio a la divinidad? No lo creo: primero porque soy el santo patrono de la negación, segundo porque aunque existiera un Dios y estuviera ahí arriba, no le pediría ayuda. No por orgullo (¿qué me importan a mí el orgullo, la vergüenza?), sino por qué quemar un cartucho que puedo usar después, con algo tan trivial como una materia. La razón de que tenga el agua hasta el cuello, de que vea la información ofuscada y la respiración se me acorte es la incertidumbre de no saber qué puede ocurrir con el cambio a la otra escuela si repruebo la materia. No es la materia en sí: es las consecuencias que puedo tener. Y, como siempre, el futuro no es más que un campo minado en el cual puedo o no perder una pierna.

lunes, 20 de junio de 2011

Corazón te vi: ya no me engañas…(Ejercicio)




…dices que lo perdiste y no lo extrañas.
-Enjambre.

Tu hogar es pequeño, acogedor y sobrio, sin adornos caros o extravagantes que enturbien la visión de quienes te visitan: el vivo reflejo de tu alma placida y apática, por desgracia. Y digo por desgracia ya que el miedo al mundo caótico fuera de esas paredes, te orillaba a tener escondido tu musculoso y palpitante corazón, lejos de mi alcance. En medio de las sombras azules, pegado a ti bajo las húmedas sabanas, estaba consciente de eso. Tu sonrisa fría y tu mirada de arlequina incluso me orillaban a creerte lo que me acabas de decir. Hace mucho que yo no tengo corazón, susurraste cerca de mi rostro, mientras te frotaba la mejilla; me fue arrebatado hace tanto que ya no recuerdo lo qué es. Gracias a mi capacidad de intuición o a alguna esperanza monomaniaca, cavilé que no debía ser así: de seguro lo tenías guardado en algún lugar a la mano, dónde pudieras observarla cuándo, asqueada de la vida, ocuparas recordar lo que alguna vez fuiste. Y esta intuición, o este deseo irrazonable, me orillaron a la búsqueda.

Antes de levantarme, ya tengo una lista de posibles lugares. En cuanto te duermes me pongo el pantalón y, con cuidado, abro los cajones de tu buró. Tu ropa interior y demás pertenencias intimas se dibujan en la oscuridad, más no hay ningún musculo sangrante. Me fijo debajo de la cama. En el armario, con la luz lechosa que arroja la luna por la ventana, reviso hasta detrás de las telarañas y debajo de los conejos de polvo. Debe estar en algún lado, me doy ánimos. Convencido, finalmente, de que no encontraré nada en la recamara, paso a la sala, dónde ya puedo encender la luz. Me siento unos segundos en el sillón. Esta casa es un fiel reflejo de su alma, reflexiono, dónde se respira en cualquier rincón tu profundo, inexorable, plácido, intemporal y acústico carácter e, incluso tu casual melancolía: me aferro a la idea de que no puede haber melancolía en un lugar sin vida. Cierro los ojos y agudizo el oído con la esperanza de llegar a escuchar algo: al percibir un latido casi mudo, tan pequeño que a duras penas llegaba a mis oídos, me pongo eufórico. Un alma tan meticulosa, se me ocurre, no va a guardar algo tan preciado en un lugar cualquiera; así que me tiro al piso y comienzo a golpear con una moneda todos los azulejos de la sala y la cocina, por si hay alguno suelto. Al terminar, vuelvo a la habitación y gracias a inspeccionar el resto de la casa, no ocupo hacer mucho ruido para darme cuenta que los azulejos del cuarto estaban intactos. Regreso a la cocina, sacó una cerveza de la nevera y me siento en el comedor, sosteniendo la cabeza con mis manos en mis manos, intentando pensar con los ojos cerrados. Ahí sigue el latido. ¿Qué te habría pasado para necesitar esconder tu corazón con tanta seguridad y astucia? La vida es impredecible y cruda, bien sé yo, sin embargo tenías una fijación casi patológica a evadir ahondar demasiado en tu pasado: ya fuera en nuestras salidas o las previas noches que venía a tu casa a cenar o acostarme contigo…Es decir: compartía tu tiempo, tu espacio, pero no tus sentimientos: imagino un pequeño ratón asustado, intentando protegerse en alguna esquina. Un poco triste, de nuevo recorro: si esta no fuera tan sobria, tan falta de adornos superfluos, habría más opciones pero, siendo a como era, todo luce más desolado.

Siento que las opciones se han agotado. ¿No habría imaginado ese tenue latido? ¿No serían mis esperanzas tan profundas que me llevaran a un estado de alucinación? Vivo unos días en la abstracción: al salir al cine o a algún restaurante intento escudriñar en lo más profundo de tu mirada arlequina y descubrir el lugar dónde el corazón estaba escondido. Jamás funciona: de la misma manera que, sin conocer la combinación, jamás se podría abrir una caja fuerte con algo que no fuera dinamita…Empiezo a ejercer la memoria igual que a un musculo: invocó conversaciones viejas casi en su totalidad: tu vida es un rompecabezas ancestral y desgastado, del cuál tengo fragmentos que uno poco a poco, con cuidado, con la misma curiosidad de un arqueólogo: aquí esta la historia de la cicatriz del brazo, acá sobre la chica que inventaba rumores de ti en el bachillerato, por allá conversaciones con Ana, Marco, Francisco en restaurantes o cafés: esas personas que irremediablemente alteraron el curso convencional de tu vida. Incluso, hechos más tristes: como aquel hombre que durante años jugo con tus sentimientos o el día que murió tu padre; siempre atento ante cualquier objeto que hubieras movido, ante tu humor al acercarte a ciertas zonas de tu casa e incluso las miradas de reojo que proporcionabas a las paredes: todo con la intención de encontrar la piedra angulas de las pistas, que me conduciría al escondite.

Hasta que una noche, acostado en tu lecho, pensando en la armonía del reflejo las distintas partes de tu casa con su dueña, entre el insomnio y las penumbras azules y lechosas de tu habitación, me doy cuenta que jamás me habías permitido acercarme al refrigerador: si proponía preparar la comida, me decías no te molestes, realmente adoro cocinar. ¿Cómo puedo haberlo pasado de largo? Me dirijo al refrigerador sin encender ninguna luz y primero reviso cada centímetro del congelador; después la canasta en que tienes las carnes frías; y, desesperándome al no encontrar nada, me abate la impotencia. Esta aquí, me digo, puedo escuchar el latido apenas audible saliendo de algún lugar del refrigerador; de pronto abro el contenedor de las verduras y, al fondo, junto a la bolsa de limones, descubro una casi imperceptible mancha café; saque los pepinos resecos, los tomates podridos, la cebolla oxidada y al final queda en la bandeja una bolsa ensangrentada, un bulto tinto del tamaño de mi puño que se comprime y se expande, se comprime y se expande.

jueves, 5 de mayo de 2011

Gritos entre el silencio. (Gulag orkestar, Beirut)


They call it night,
they call it night
and I know it well.
-Beirut.

Mañana voy a morir, mañana vamos a morir. Caminamos entre las tiendas y sentimos por última vez el lodo en nuestros callosos pies, los soldados nos miran riendo como hienas y nos escupen el tabaco al rostro: es maravilloso que aún nuestra piel pueda sentir algo, aunque sea viscoso y grotesco. Moriremos mañana pero nuestros gritos permanecerán en el mundo, ecos hirientes que navegaran entre las estrellas y entre los hombres por las noches. Nos reunimos, hace unos minutos, a mirar las estrellas. ¿No son maravillosas?, comenta un anciano: Dios nos espera ahí. Dios nos ha abandonado, comenté yo, ¿si no por qué más estaríamos aquí? Nadie dijo nada: de alguna manera ya lo intuían, y sí no, vaya falacia mental. ¿Saben qué es la noche?, dijo otro hombre, que alguna vez fue profesor universitario, nadie respondió, la noche es la ausencia de la luz solar: el universo sempiternamente es la noche, es el silencio, aún así hay pequeñas esferas en ciertos puntos que iluminan y nuestro alabado sol es una de ellas: la gente le llama noche pero realmente es la eternidad, la eternidad pura y sin fraudes como el día; quiere decir algo más, aunque calla: de alguna manera sabemos que quiere decir: cuándo el engaño regrese a iluminar el día, cuando los cuervos vuelvan a surcar el cielo graznando, nosotros ya no seremos más que una pila de cadáveres. Mañana vamos a morir y nuestro último consuelo habrá sido mirar la eternidad, antes de convertirnos en humo vengativo saliendo de la chimenea.

viernes, 22 de abril de 2011

Honor a quien honor merece.



(Esta imagen no me pertenece. Fue diseñada por Jorge Pinto, creador del comic Bunsen)

domingo, 10 de abril de 2011

Examen de Cassie.

Cansado de cosas literarias, me dí a la tarea de buscar esta escena en Youtube. Disfrutenla, es de un programa ingles llamado Skins.

jueves, 7 de abril de 2011

Vacaciones.

Desde hace rato no se me ocurre que poner aquí.
Asi que haré un colashe de cosas que he encontrado por aquí y por allá.

"Aunque sea cierto que el lenguaje que usamos nos traiciona...no basta con querer liberarlo de sus tabúes. Hay que re-vivirlo, no re-animarlo.-Rayuela, Julio Cortazar."
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"Y SUCEDE QUE NI AUTORES, NI LECTORES, YA NO SE DIGA LEGISLADORES, NO OBSTANTE QUE SE AGOTARON TODAS LAS ANTERIORES EDICIONES Y REIMPRESIONES DE ESTE LIBRO, LAMENTABLEMENTE NO SE PERCATARON DE TODO LO QUE AHÍ DIJE SOBRE “MALA FE” ESTABA EQUIVOCADO!!

¡Que falta de vocación y de amor a la Ciencia del Derecho! Expongo toda serie de equívocos, y a nadie le importan, y lo grave no es que yo diga las barbaridades, sino que ellas las digo con base en lo que otros dijeron y en lo que dice la ley; y la realidad es que, no es que les importen o no mis barbaridades, sino que ¡No se dieron cuenta de ellas!, pues de otra manera no se entiende que se hayan vendido tantos ejemplares de las anteriores ediciones a esta, pues entonces sí, quería decir que no las había conocido. Todo esto deriva de que ya en México, casi no se estudia ni se investiga en el ámbito de la Ciencia del Derecho…

Ojalá que estas líneas tengan la virtud de hacer meditar a los tratadistas, maestros de Derecho mexicanos, y los pueda ayudar a salir de su “pachorra jurídica” y lleve al alumno(a), la conciencia de que el Derecho se está haciendo día con día, y que sí es posible demostrar errores garrafales en materias como el Derecho Civil, que se cree están ya “tan elaboradas” ¡qué se podrá hacer en ámbitos tan nuevos como el Derecho administrativo, por no citar otras ramas del Derecho!!

Ojalá finalmente, que la alumno(a) vea hasta ahora para él insospechado y vastísimo horizonte que tiene, sólo oculto hoy por el “esmog[i]” de su pereza y la de sus profesores.

-El Derecho de las Obligaciones (Séptima Edición),

Ernesto Gutiérrez y González.


[i]Uso la palabra “esmog” no “smog” pues en español las palabras se escriben como suenan.

Pero además la uso, porque no conozco en español ninguna palabra que denote lo que es el esmog. Bruma, por ejemplo, es niebla, y si bien el esmog es una niebla, lo es especial por que tiene su origen en las substancias que contaminan la atmosfera, y la bruma no es contaminada. Si la lectora(or), conoce una mujer palabra que esmog, hágame saber para usarla, y se lo agradeceré."

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"Nosotros, como caballeros
seguiremos buscando
el santo grial de la inocencia.
Su Majestad ya sabe
de lo que estamos hablando,
ya sabe lo que estamos pensando,
sabe, que los que estamos,
estamos..."

-Leopoldo Maria Panero

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"Y una conversación de este tipo tal vez puede serle útil a quien ha nacido con el mismo sino: en ciertos aspectos, los escritores son monótonamente iguales. Y los que han nacido con el mismo sino comprenderán que no están solos: anda por ahí, la mayor parte de las veces quién sabe dónde, una criatura con las perplejidades, los entusiasmos y las desesperaciones que les pertenecen. Y alivia compartir este hado. Los cancerosos se consuelan entre sí. No sirve para nada, claro, pero da la ilusión de servir y es bueno vivir acompañado. Después cada uno muere en su rincón y ha dejado de tener importancia la muerte, porque algo vivo ha quedado, una especie de lucecita que no se apaga jamás."

-Antonio Lobo Antunes