domingo, 12 de diciembre de 2010

Traigan su cabeza. (Bring back her head, Angelica)


She is pure Alice in Wonderland,
and her appearance and demeanor
are a nicely judged mix of
the Red Queen and a Flamingo.
-Truman Capote

¿Será cierto que la venganza es un plato que se come frío? Los peluches a su alrededor no responden, son silenciosos testigos de lo ocurrido en esa misma cama, no hace ni tres semanas atrás: piel buscando tocar piel, promesas rotas dichas al oído, el acto del amor consumado en esa misma cama en la que ahora mismo su cabeza se mese entre la dulce marea del sueño, esa marea aterradora que vuelve realidad por algunas horas los pensamientos más siniestros de las personas. ¿Será cierto? ¿Y qué ocurre si el platillo es servido ardiendo, justo cuando apenas ha sido retirado de la sartén? Los imagina en algún callejón, la piel de ella complaciendo a la de él, con todos esos regalos que aquella noche en esa cama repleta de peluches no se pudieron dar…El mar del sueño viene y va, va y viene, ha sido embarcada en un ferry con boleto directo a…
Se sienta en su áureo trono, mirando a sus cortesanos animales bajo ella. Ellos obedecerán todo lo que se les ordene, no como esos traidores amigos que le dan la espalda cuando más necesita una palabra amistosa. Exige al conejo blanco que traigan al prisionero. Los animales jurados del tribunal hacen todo tipo de exclamaciones, sus ruidos de animales la relajan, le dan la sensación de poder. Finalmente, lo hacen ingresar a la corte: aún tiene su corona, y su saco de piel carmesí, pero en sus mejillas se ven los besos pintados de esa intrusa de risos dorados.
-Estamos reunidos aquí hoy-declara el conejo blanco-, en el juicio que se efectúa contra su altísima majestad, por el cargo de adulterio.
Todos se sorprenden: adulterio.
-¿Tiene el acusado algo que añadir antes de iniciar su proceso?-pregunta el conejo.
El Rey no dice nada.
-¡Llamen al primer testigo!
Por la misma puerta por la que entró el Rey, entra el Sombrerero, siempre a la moda con su pelo planchado escapando del gran sombrero de colores pastel, y su ropa seleccionada según la ropa actual.
-¡Es un hipster de pacotilla!-grita alguien.
El sombrerero toma asiento.
-¡Yo lo vi con la niña de risos dorados! ¡Juro por estos dos ojos que el Tiempo espera comerse! ¡Estaban en el asiento trasero de ese coche!
Un halito de sorpresa rodea la cámara.
Confía en el Sombrerero, su testimonio no hizo más que afirmar algo que la Sota no haría más que confirmar.
-¡Es una criatura! ¡Ella ni siquiera es lo que debería ser!-, la Sota saca su espada y exclama levantándola al aire, cuando le toca su turno de declarar-: ¡Si le cortan la piel, la mocosa sangrará!
Aplausos por toda la sala.
Los ojos del Rey le suplican piedad. Eran los mismos ojos en los que ella había creído leer la sinceridad de las promesas realizadas en el acto del amor.
-¿Qué es lo que ordena, su majestad?-, pregunta el conejo blanco, consultando su reloj de pulso-. ¿Desea que le corten la cabeza?
No, no se merecía tanto honor.
-¡Tú, bastardo traidor, me traerás su cabeza! Tú mismo cortarás su cuello con la espada de la Sota, o mandaré a mi ejército de cartas a traerla por ti. Y gritaré: ¡traigan su cabeza! ¡Al que la traiga le daré dos tartas de arándanos!
La cara del Rey palidece.
-Pero….mi Reyna…
-¡Nada, nada! ¡Perdiste tu oportunidad! ¡Traigan su cabeza!
El ejército de naipes se presenta en la corte, y tras escuchar la tarea, sale como de rayo.
-Como no tuviste el valor de traerme su cabeza, ahora deberás quemar tu coche. Sí quemas frente a ti a ese adorado carro azul marino….Quizá mande retirar la orden de cortarle la cabeza a la infeliz.
El coche, conducido por la Liebre de Marzo, irrumpe en la corte, estrellándose con una de las camaradas de juristas. Los animales corren despavoridos.
-¡Mi querida Reyna! ¡Aquí está la evidencia!-anuncia haciendo una reverencia.
El Rey mira su coche.
-¿Lo harás?
-Quizá.
Se le dio un tanque de gasolina, y el Rey, dejando caer su corona al piso por la desesperación, arroja el combustible por todo el auto: al principio las manos le temblan, el combustible se derrama por todo el suelo, en lugar de sobre el coche, pero tras un grito más de “¡tráigan su cabeza!”, el Rey empieza a arrojarlo sobre los asientos de piel, sobre el volante, abrió la cajuela y la hecho sobre la llanta de repuesto, sobre el motor, y finalmente se le dieron los cerillos para realizar el rito. El primer cerillo se le apagaen la mano. El segundo antes de caer al coche, bañado en gasolina.
-La tercera es la vencida-dice desde su áureo trono, con desprecio.
La cerrilla encende. El Rey la arroja al coche y en unos cuantos segundos este es cubierto por las llamas, el depósito de combustible explota, y el Rey esta en primera fila para ver la destrucción de su tan adorado coche…
En eso, llega el ejército de Naipes, dirigido por la Sota, quien trae una bandeja de plata en su mano. Se acerca a ella, y al estar frente al trono muestra el trofeo: una cabeza repleta de bucles dorados, sangrante, sobre la plata.
-¡Pero dijiste…!
-Dije que quizá. Que quizá retiraría la orden. Jamás que lo haría.
El Rey se lanza a los pies del trono, llorando. No es más que un impostor, un rey fallido, piensa.
-¡Córtenle la cabeza!
Entonces, ¿es un plato más delicioso recién salido de la cocina? Quizá. La corte empieza a distanciarse y se le ocurre que quizá hable con algún flamingo o con el Sombrerero, pero no está segura…Regresa a su mente el coche helado, en algún callejón de la ciudad, con los vidrios empañados. Su cabeza. Desea su cabeza en bandeja de plata, al mismo tiempo que ve arder ese idiota carro azul, donde, al igual que en esa cama repleta de peluches, él le prometió las historias más cursis, igual que ahora debe hacerlo al oído rodeado por los bucles dorados.


sábado, 4 de diciembre de 2010

Música de la noche. (Skin of the night-M83)



Oh, Queen of the Night!
Well, she is deep inside!
She is haunting me!
-M83

No importa el color de su pelo, que se confunde entre la noche, ni el de su piel, que es iluminada por la luna; lo que importa, lo que verdaderamente debería importar tampoco son esas caderas como curvas y colinas en alguna carretera perdida, sino el ritmo que invade a todo ese cuerpo y permite que se mueva con la música secreta que la noche transmite a algunos seres: esa música que es mucho más poderosa que la creada por los hombres y que es una droga que estimula el comportamiento felino ya sea de pantera macho ya de pantera hembra: eso es lo que él ve desde dónde esta sentado, mientras siente que, también, al verla bailar, esa música empieza a adentrarse en su alma: es la melodía buscada de los trampas recorriendo el país encima de trenes, es la melodía de los que salen a recorrer las calles de la ciudad esperando encontrar la solución al dar vuelta en alguna esquina o al adentrarse a algún callejón, siempre necesitados de absolutos, de curas, siempre ansiando la paz. Ella puede ser la Reyna de esa noche. No, más bien: es la Reina de esa noche. En ningún otro lugar del mundo hay otro ser que este recibiendo esa música en ese preciso instante. Aunque su físico fuera diferente, la música seguiría ahí, y eso es lo importante. Si ella tiene la capacidad de recibir esa música es porque no es como los demás, porque difiere de todos los asistentes a la fiesta que contonean sus cuerpos siguiendo los ritmos fabricados por el hombre; de esa asquerosa música humana que en este caso es la peor de todas: la música popular, la música que se baila por inercia y no por gusto, no por expresión corporal. Por eso sabe que ella baila la música de la noche y por eso se pondrá de pie y se dirigirá hacía ella: quiere compartir esa música, quiere dejarla embriagar todas las células de su cuerpo, hundirse en ella y despertar en la mañana con aquello que los que recorren las calles buscan sin cansancio, sabiendo, o intentando ignorar, que no es en ese anacoretismo egocéntrico y arrogante de deambular por las calles o por el país, en el que se esconde la música, sino en esta pista de baile bañada por la iluminación de la luna y de las estrellas, por la embriagante iluminación de la luna y de las estrellas.
Ella le mira: sabe que ha descubierto su secreto. No se alarma ante ello: al contrario, mueve su cuerpo felino incitándome a ir a la pista. Siente la música dentro de su cabeza: le desinhibe.
Ya en la pista, junto a ella, abrazando esas caderas que en cualquier momento ordenan a sus manos lanzarle un sablazo, la mira directo a los ojos y comprende que quizá ella no sea sólo la Reina de esa noche, sino que sea la Reina de la Noche, pero no es una reina que busque a su rey, sino una reina, como Bathory, que adora la sangre de los inocentes. Y no es algo que le impida sumergirme en la marea de la noche y de la fiesta. Ya la música popular no importa. Ya los que les rodea no existen. Sólo existen una pantera, una vampiresa, mirando su platillo antes de devorarlo, y un hombre borracho de la noche, en un juego siniestro en el que alguno de ellos deberán perder la vida, sino es que ambos; un juego del que, si se sale, no se logra hacerlo completo: el juego regresa con las penumbras, especialmente los días en que uno se queda en casa, lejos de ese mundo nocturno: esa noche que empezó en una pista de baile bañada por la iluminación de la luna y de las estrellas: esos, quizá, universos paralelos a millones de años luz, donde otros dos seres escuchan la música que la falta de luz solar y calor producen, siempre bajo la embriagante iluminación de la luna y de las estrellas.

Tina. (Don’t save us from the flames, M83)



Sí, la carretera esta por ahí, el carro esta por ahí también, y tú estás en la carretera, pero también estás en el carro, y mi vista embriagada no logra conciliar el por qué; sabes que es verdad, que te encuentres en ambas partes, y que por más que yo grite tu nombre, ese nombre que sabe agrio y dulce a la vez como el caramelo de limón, no podré entender tan fácil lo ocurrido, porque el caramelo de limón jamás a ayudado a nadie en nada importante, no es más que un dulce, y uno delicioso, pero tras el cual aún siguen los asesinatos, las guerras, las ideologías ortodoxas que solo buscan oprimir; y que, todo eso, en ese momento, no parece más que la irrealidad, aunque sea tan real como este caminar dudoso hacía el coche, hacía la carretera, hacía donde esta tu cuerpo y hacia donde están esparcidos, por el asfalto, pedazos de su cerebro, de tu dulce cerebro, que pertenece al único nombre con sabor a caramelo de limón: Tina. Tina, quiero estar contigo y mantener esto como real el mayor tiempo posible, antes de que me seas arrebatada y te vuelvas irrealidad de una vez y para siempre.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Across the universe.


-¿Recuerdas cuándo me platicaste, la primera vez que nos vimos, que la NASA envió Across the Universe en forma de ondas de radio al espacio, para ver si alguna otra raza de algún otro planeta la encontraba, pudieran ver qué cosas hemos hecho aquí en la tierra?... Cómo si quisieras demostrar que lo que importa no es el mensaje, sino que el mensajero tiene la habilidad de enviarlo.

sábado, 1 de mayo de 2010

Sombra que ascechaba mis pasos: (primera parte)



"Do not cry out or hit the alarm
You know we're friends till we die. "
-Radiohead.


No hace mucho mis niños y yo vivíamos en una pequeña casa a orillas de la ciudad, donde la gente elige no visitarte. Esta tenía un patio delantero todavía más pequeño, que con una vieja cerca y una puerta, ambas de madera podrida, separaban mi propiedad del derecho de todos los individuos de trasladarse por donde su voluntad les dicte. Por dentro había adecuado la casa especialmente para mis niños: alfombré el suelo, me abstuve de comprar loza delicada, entre otras cosas. La formaban tres cuartos: uno con cinco camas, una pequeña bodega y una recamara para mí, donde tenía una pequeña biblioteca personal. El comedor, la cocina, y la sala componían el resto.
Era una vida agradable, tranquila, pero gracias a ti no duró por siempre. Un viernes que estaba leyendo sobre mi sofá con toda la confianza de que mis niños jugaban afuera sin molestias, llegó Samuel a decirme que te acababas de llevar a Arnold. Tenía la cara pálida, se movía mucho, convertía palabras y frases en cosas incomprensibles, en casi balbuceos: estábamos jugando… del otro lado de la cerca… era él…era él.
Al salir, estaban Santiago, Elena, y Myriam estaban viéndose las caras como jugaran con el silencio. Explíquenme qué pasó, les recriminé en cuanto me miraron: no le entiendo nada a Samuel. Llegó cuando jugábamos: era como decías, intentó empezar Santiago pero no soportó la presión de mis ojos. Después pensé que no debí mirarlo así. Le mostró un billete, dijo Elena, finalmente. Los mire a los cuatro y luego busqué alguna respuesta en el cielo por que no podía hacer nada, ni siquiera regañarlos. Tenían tanta culpa como los sobrevivientes de una inundación. La debilidad de Arnold fue su perdición: el dinero. Todos los niños tienen la propia: para algunos son cosas, objetos que atrapen su imaginación y la nutran, como cuando encierras un insecto en un frasco y lo agitas para mortificarlo. Para otros son situaciones, temas que no hacen más que girar alrededor de la vida: el poder, el amor, la muerte. Siempre, siempre, la debilidad de Arnold fue de este segundo tipo: el dinero; como para Santiago era pasar horas y horas observando hormigueros. Myriam, reaccionando, se tiró sobre el pasto y se puso a llorar. No había nada por hacer, y ellos lo entendían. Ya les había hablado varias veces de ti, lo más perforador era que nos tenias tan vigilados a tal grado, que conocías la debilidad de Arnold. Además, era la primera vez que les pasaba a ellos. A mí ya me la habías hecho. Pero no en el grado al que arrastraste todo, desgraciado. Me acerqué a la casa, y me recargué en ella, dejando a mi cuerpo deslizarse hasta el suelo, donde me frote la cara. Santiago caminó hacía mí y me dijo lo que, ahora estoy seguro, es algo que nunca deberé olvidar: nosotros seguimos aquí. Lo miré, y en ese momento pensé que era cierto. Ellos seguían conmigo y, a pesar de todo, no debían hacer otra cosa más que agradecerlo. A quién, no sé: pero agradecerlo. Me puse de pie y les pedí que entráramos a la casa, donde toda aquella tarde se podía oler la tristeza en los muebles, en la alfombra, en los juguetes.
Durante la noche no me fue suficiente el tiempo para acabar de desearte un sufrimiento equiparable a lo que me acababas de hacer. ¿Sabes que es lo peor de que te llevarás a Arnold? El no hacía daño a nadie. Arnold, Arnold: aunque su pasión siempre fue el dinero eso jamás le impidió ser tranquilo, regalar sonrisas. Humedecí la almohada con lágrimas, sin saber cuanto las llegaría a necesitar.
Con la llegada del sol decidí continuar la rutina. Era sábado, por lo menos. Al mirar por la ventana, descubrí que el cielo brillaba más que de costumbre, que las nubes lo surcaban con furia y libertad. Un enorme ánimo de salir y recordar a la sociedad me invadió y, durante el desayuno, le pedí a Myriam que me acompañara a realizar algunas compras al supermercado. Aceptó resignada. Puse doble llave en la casa para tener a los niños y a mi conciencia seguros. Siempre evado los tumultos, pero esa vez no me importaron: quizá después de la gran tristeza de la noche anterior, no podía más que sentir lo contrario. En la estación de metro donde subimos Myriam y yo el aire exigía almas para derrotar el silencio; pero en la estación donde bajamos la gente formaba una especie de mar: con corrientes, olas y hasta remolinos. Myriam me agarró de la mano y, mientras nos adentramos en ese mar, jamás me soltó. Ya en el supermercado corría por los pasillos, coqueteaba a las señoras y hacía toda clase de preguntas. Que linda era, brillaba entre este mundo oprimido. De regreso a la casa, debimos de entrar a la misma estación y de igual manera las personas se arrojaban como olas sobre nosotros. Myriam llevaba las bolsas de las frutas y las verduras; yo llevaba el resto. No pude tenerla agarrado de la mano. Cuando menos imaginé ya no la veía. Sentí que de golpe el mundo me golpeaba: Myriam, Myriam, empecé a gritar. Tiré las bolsas y empecé a correr a donde pudiera. Deseaba encontrarle. Unos policías se dieron cuenta de mi desesperación, hablaron conmigo, y me ayudaron a buscarle. Pero, ¿qué podíamos hacer? Otra vez me habías encajado el picahielos en la misma herida, solo que ahora no sentí más que pánico: pánico como jamás me había. En menos de cuarenta y ocho horas estabas logrando destruir la gran y feliz familia que siempre fuimos.
¡Te habías llevado a la princesa! ¡Myriam: la pobre damisela eternamente rescatada! ¡La princesa de la torre, la chica del espía, el pato feo que se convierte en cisne! ¡Santiago, Elena y Samuel sintieron tu perdida, y quisieron formar seis ríos dentro de la casa, pero a veces las metáforas no alcanzan!
Esa noche, además, regresaron las pesadillas de Elena. Aún leía en la sala, intentando olvidarme de todo, cuando escuché el primer grito. Corrí no pensando que pudieras haber invadido nuestra casa, me parecía muy sencillo para tus métodos, sino por que Elena a veces sufre de pesadillas constantes; la media noche es su hora favorita para despertar, siempre sin encontrar sosiego en las sombras y siluetas de sus compañeros dormidos. Por que los otros niños, que aquella noche también se fueron a la cama estresados, estaban adecuados a sus lamentos y ya ni siquiera los despertaban. Qué soñaste, le pregunté acariciándole el pelo y acostándome a su lado. Soñé que un monstro me llevaba y me partía en pedacitos y luego se comía cada uno de esos pedacitos; veía todo desde afuera, como si fuera la televisión. Se aferró a mi camisa y apretó su cara contra mi pecho. Intentaba llorar, pero sé que no iba a llorar. Nunca llora. Siempre me ha resultado impresionante como esa imaginación que durante el día le mueve a crear cosas bellas, de noche la tortura. Elena, le dije abrazándola: te prometo que no te pasará nada mientras yo esté aquí. Extraño a Myriam, me dijo escondiendo la cabeza en mis brazos ¿a quién vamos a rescatar del científico loco? Me preguntó en voz tan baja que hasta me dolió escucharlo. Eso estábamos jugando antier, antes de que se llevara a Arnold. Mirándola entre la oscuridad pensé que quizá ponía en movimiento todas esas historias por faltarle el valor de vivir en ellas, contrario de Samuel. Si Elena creaba un dragón de cinco cabezas escupe fuego, Samuel siempre los movía a destruirlo. Santiago siempre oponía resistencia. Arnold era el interesado en destruir al dragón por que deseaba el rescate de Myriam. Y Elena siempre la que soportaba la carga de todos esos delirios que para los otros servían como juegos. Cuando se quedó dormida, regresé a leer.
Tenía la sala para mi solo, predispuesta para cavilar. No pude continuar leyendo. Estaba desgarrado: en menos de dos días ya me habías arrebatado dos niños. Estaba seguro que había hecho algo para desatar tu ira, pero no estaba seguro qué. Repasé toda mi semana buscando la razón la conclusión que encontré es que no podía ser nada de eso, de haber sido así, tu ira se habría desatado años atrás. Por que desde siempre me perseguiste: cuando era más joven, cuando murió Nancy, la madre de los niños, ya lo hacías. Incluso cuando murió Roberto, mi hermano, en mi niñez. Aunque no te culpo sus muertes; pero créeme: como deseé que hubieras sido, pensaba en la sala, para tener algún indicio. Si siempre has sido la silueta que vigila mis pasos, algo tan sencillo, algo tan cabal, como lo que hice esa semana, no podía haber desatado tu ira. Debía haber algo más.
Para que te des cuenta de mi abstracción: no escuché el primer grito de los policías, al otro lado de la barda. Tras el segundo, me asomé por la ventana y los vi. Salí. Que los trae por aquí, oficiales, pregunté sin ánimos. Uno era más alto y más gordo que el otro. Este se llamaba Alfredo. El otro Ignacio. Venimos a sobre el hallazgo de dos cadáveres en las cercanías de su casa. Dos niños. Miré los faroles de la calle, esos faroles que de milagro aun dan luz y les respondí que de seguro eran mis niños. Los invité a pasar y, después de, con mi hospitalidad, ofrecerles algo, les confesé a medias sobre ti. Alfredo me preguntó por que no había denunciado y, aunque dentro sabía que era un impulso a la justicia por propia mano, le dije que consideraba a mis niños lo suficientemente inteligentes para esperar su regreso. Los dos se miraron y luego Ignacio dijo: pero no eran perros señor. Eran niños, no saben nada del mundo. Les puse mis mejores ojos de desasosiego y pasaron a explicarme el estado de los cuerpos. ¿De dónde sacaste tanta furia? ¿Y por qué la agarraste contra los pobres niños? Eres inhumano. Después dijeron que levantarían una declaración e iniciarían una investigación; les agradecí, no puedo negarlo, pero cuando abandonaron mi casa, regresándome el silencio a ella, supe que me creían loco.
¿Eso no me involucraría a mí como sospechoso? ¿Pero por que querría matar a mis propios niños? Ni un segundo dudé de mi cordura, tenía una prueba concisa: yo estaba leyendo cuando desapareció Arnold, no fui el ultimo en verlo como con Myriam. Pero, ¿la policía me creería? ¿No sería ese el objetivo de tu torcido juego?
En el desayuno Elena me comentó que durante la noche escuchó voces y les conté sobre la policía. A mis niños nunca les ocultaba nada. Los tres agacharon la mirada y por un momento dejaron su comida; no los culpé por que yo mismo llevaba rato jugando con los cubiertos. Les comenté que el camino tenía muchas curvas feas ya, y que no encontraba que hacer. Santiago me dijo que no me preocupara, que el sabía que todo iba a estar bien. Elena me sonrió y agarró la mano. Samuel, por otro lado, comentó que mientras estuviéramos en la casa, ese lugar desde donde ellos podían visitar el mundo, no habría problemas.
Pobre Samuel, ojalá no se hubiera equivocado. ¿Por qué, tambien, tuviste que ir por él?

domingo, 25 de abril de 2010

Mi hermano, el flamingo.(Maniacada, ni siquiera a cuento llega)

“They'll name a city after us
___And later say it's all our fault
_____Then they'll give us a talking to
________ THEN THEY'LL GIVE US A TALKING TO
____________Because they've got years of experience".
_______________-Regina Spektor.

______________________Estábamos Casandra y yo en los juegos del parque que simulan ser una pirámide que simulan ser un edificio que simulan ser una cueva. Que simulan ser lo que deseemos. Si corremos entre los puentes de tablas de plástico, o si nos deslizamos por el tobogán, todo depende de que deseemos que sea, para que de un momento a otro cambie. Y siempre es Casandra la que elige en que cambiara, como si es la que volteara hacia las orugas y les dijera: tú vas a metamorfosear, y la oruga se envolviera en su capullo inmediatamente, y segundos después saliera de este una mariposa que se perdiera en el cielo azul, en el viejo y confiable cielo azul. A donde también van los pájaros.
________________________Y los flamingos, me dijo Casandra alguna vez, de la que solo recuerdo que estábamos en un cubo, de esos que tienen plástico tirándola de mirilla, jugando a que estábamos en un cuartel general; cuartel general de qué, tampoco ya recuerdo, pero para qué si recuerdo: para alejarnos de nuestras madres que discutían. Si, dijo, al cielo vuelan los flamingos, estoy segura. Si, igual que todas las aves, le dije. Pero no, yo quiero que especialmente vuelen los flamingos, por que quiero que mi hermano se vaya de una buena vez por todas. ¿Tu hermano? Pregunté.
____________________________Si, mi hermano el Flamingo, comentó y me sonrió.


* * *
_________________________Cuando nació Casandra rompieron el molde, me dijo mi mamá como una simple metáfora inocente. Pero bueno, que sea inocente no significa que sea falsa. Cuando nació Casandra, le arrancaron el útero a su madre, por complicaciones post-parto, arrancándole no sólo el útero, por supuesto, sino todos estos sueños y esperanzas que ella tenía de tener un hijo que jugara con Casandra de tener un hijo del cual se pudiera enamorar y llamar “mi príncipe”. Pero sólo me tenía a mi, aunque no creo que para ella contara, por que sólo era su ahijado.
_____________________Así que Casandra aprendió a vivir en un mundo donde los juegos de los otros no importan, por que ni siquiera existen. Crees que tus padres lo son todo. Si llegas a retar a alguien, quizá sea a ti mismo, y tu perderás y tu ganarás. Mientras jugamos, al pensar en esos primeros años, Casandra suele bajar la mirada.
__________________Entonces unas vacaciones, poco antes de la vez del cuartel general, la familia de Casandra salió de vacaciones al sur, y entre los puestos de tianguis callejeros, entre los vendedores ambulantes, y las tiendas de artesanías, la mujer logró satisfacer uno de sus deseos más mundanos, pero ojo, no por eso menos extrañó: tener su propio flamingo de papel mache, tamaño persona, en la sala de su casa.
______________El flamingo es tu hermano, le decía la mujer a Casandra, cada vez que ella se quedaba viéndolo. Y Casandra comprendió una cosa: si el Flamingo era su hermano, obviamente era su hermano mayor.


* * *
___________Si, es un maldito, me dice mientras estamos en el cuartel. Si me llego a portal mal, el malo me pica la cabeza una y otra vez. Deja sus plumas regadas por todas partes, si no se come su comida, por que todos los días le llevo su plato de cereal, mis papás no se enojas con él.
________________No es justo, Sergio, no es justo.
____________________Dile algo a tus papás, digo, por no saber que más añadir.
_________________________¡Se los digo, Sergio: se los digo! Y ¿sabes que hacen los malos? ¡Se ríen! ¡Se ríen de mí! Por eso odio a mi hermano. Aunque a veces también lo quiero. ¡Pero lo odio más!
___________________________Al menos tu tienes hermano…digo en voz tan baja que no me escucha.
_____________________________Pero ¿sabes que me reconforta? Yo sé que algún día se irá volando. O quizá yo lo haga antes, por que es un guevon y nunca hace nada. Yo sé que algún día uno de los dos tendrá que abandonar el nido.


* * *
____________________________Ahora pienso: que los problemas de los adultos no atañan a los niños. Que se les permita jugar en paz por siempre que se les permita querer volar al sol y quemarse las alas y caer hasta la tierra, y que lloren por eso, sin importar si los padres del niño con quien se lleva el tuyo empiezan a tener problemas conyugales, o sean de otro nivel social, o traicionen por la espalda, o tengan opiniones distintas.

_______________________Desde aquel día no he sabido nada de Casandra. O de su hermano, el Flamingo.